viernes, 5 de marzo de 2010

MIGUEL HERNANDEZ IN MEMORIAN



Hace unos años visité Orihuela. Las excursiones turísticas no suelen dejar una huella profunda en mi endeble memoria, aunque esto tiene la ventaja de que si se reiteran las visitas a lugares ya vistos siempre hay lugar para la sorpresa. De Orihuela recuerdo su hermoso palmeral, un río (creo que es el Segura) con el que no me explico como podían convivir sus habitantes porque era un puro miasma y la casa museo de Miguel Hernández.
Era una tarde bochornosa en pleno estío cuando visité la casa de Miguel Hernández. Dentro hacía fresquito y los visitantes éramos un reducido grupo de cuatro. Dos chavales, creo que estudiantes y para ganar un dinerillo extra en el verano, controlaban la entrada sentados frente a una mesa. En honor a la verdad allí no había mucho que ver. Una casa rural de planta baja y de hechura pobre. Solo quien vibre con los poemas de Miguel Hernández puede sacarle a aquello algo de sustancia.
Al fondo de la casa tiene un patio o corral y allí una higuera; la higuera que Miguel cita en la elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé: “Volverás a mi huerto y a mi higuera/ por los altos andamios de las flores/ pajareará tu alma colmenera/ de angelicales ceras y labores” a la orilla de aquella higuera brotaron en mi mente los versos de Miguel, su Elegía, sus Nanas de la Cebolla, sus Vientos del Pueblo. Y también las canciones de Serrat, un gran poeta que canta a otro gran poeta. Cuanto le debemos al cantor catalán los que nos emocionamos con los versos de Miguel.
Uno de los más celebres poemas de Miguel es “El Niño Yuntero” y cada vez que lo recuerdo, lo leo o lo escucho me rememora la foto de José (“Chispa”) posando con su yunta de vacas frente a la casa del difunto tío Luciano (“Pajarón”). José, somos de las últimas generaciones de niños yunteros.
No parecía que las autoridades municipales oriolanas de por entonces pusieran demasiado entusiasmo en el mantenimiento y mejora de la casa museo. Miguel Hernández es un perdedor, un proscrito, un condenado a muerte conmutada luego con cadena perpetua. Se le condena a muerte por escribir y publicar sus versos, por ser “el poeta del pueblo” (eso parece que dice la sentencia). Le condenaron los que gritaban “muera la inteligencia”; porque a pesar de su corta inteligencia tenían el poder y las armas frente a quien sólo tenía el verso como arma. Mataron al hombre pero no a su poesía.
A Miguel no lo mataron en una cuneta como a Lorca, lo mataron de hambre, de piojos, de desatención y de ausencia. Este año, centenario de su nacimiento, se le harán múltiples homenajes. En ellos estarán los que le quieren y los que le odian, estos últimos para hacer el paripé. Algunos hubieran querido borrar su memoria y sus versos pero la poesía “es un arma cargada de futuro”.
Algo para leer…

39.- Cualquiera de los poemas citados de Miguel Hernandez

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