jueves, 18 de diciembre de 2008

El Condón





Dos adolescentes entran en una tienda de esas en las que se vende de todo. Se plantan indecisos ante el mostrador y el propietario les pregunta a ver que es lo que quieren. Los chicos se miran entre si y se quedan como alelados. Se suceden unos segundos de tenso silencio ante la mirada interrogante del propietario. Los chicos están nerviosos y sudan. Unos de ellos dice de repente: “Dénos unos caramelos”. Entra un nuevo cliente, pero los muchachos siguen merodeando por la tienda. Cuando el cliente se va, el propietario les vuelve a preguntar si desean alguna cosa más. La pregunta les deja medio paralizados hasta que unos de ellos dice: “Dénos un helado de nata”. Los dos salen de la tienda con su cucurucho en la mano, pero sin aquello que en realidad habían ido a buscar: un condón. La escena, más o menos, es de una hermosa película titulada “Verano del 42”.

Escenas como esta o más chuscas habrán pasado cientos de veces, incluso es posible que nos hayan sucedido a nosotros. A la gente de mi generación, años cincuenta del pasado siglo, pedir un condón (prefiero llamarlo así a profiláctico o preservativo) en una farmacia aún nos resulta incomodo, porque esta goma no se utiliza precisamente para hacer tirachinas y la carga de una mala o nula educación sexual sigue pasando factura. Había farmacias donde a la petición de tal artilugio para echar un polvo te miraban como si pidieras la herramienta para atracar un banco.

Los adolescentes de ahora tienen la suerte de tener más información y se supone que también más formación. Creo que incluso tienen una clase de formación sexual en los colegios donde se les explica como se utiliza este derivado del caucho. Naturalmente mucho mejor que los que tuvimos que aprenderlo a través de cuchicheos maliciosos y sórdidas conversaciones. El oscurantismo era muy oscuro y el tabú sobre todo lo que tuviera que ver con las relaciones sexuales era tabú de los gordos. Los chavales de los pueblos estábamos muy limitados por vivir prácticamente aislados y el acceso a cualquier tipo de información era casi nulo y cuando llegaba estaba muy deformado. A cambio teníamos una formación sobre la sexualidad muy práctica y que no nos podían hurtar, porque a ver quien nos impedía que viéramos follar a los perros o contemplar con curiosidad como el marón se trajinaba a las ovejas del rebaño.

Hasta los años setenta apenas había información escrita sobre educación sexual. Lo poco que sabíamos era de oídas y digamos que de fuentes poco fiables. El primer libro que cayo en mis manos siendo aún preadolescente sobre este tema se titulaba “El libro de la joven”, también existe “El libro del joven”, unos pestiños infectos y tendenciosos donde te pronosticaban que lo menos que te podía pasar si se te ocurría hacerte una manola es que se te cayera la pelila a cachos. La citada década trajo mucho destape cinematográfico y más y mejor información, aunque lograr condones en algunas farmacias, y ya no digo píldoras anticonceptivas, era poco menos que misión imposible. Todavía he visto en los años ochenta al trapichero cutre del mercadillo callejero ir publicitando su mercancía de venta de gomas al grito de: “P’al catarro; p’a la tos ferina; pal lío, tío.”

Hace unos años el ministerio de turno hizo una campaña informativa sobre la utilización de los condones para evitar enfermedades de transmisión sexual o prevenir embarazos no deseados. Los de siempre dijeron lo de siempre: que si era inmoral, que era animar a la promiscuidad sexual etc. Ahora estamos en una nueva campaña para animar al personal a que utilice el condón en sus relaciones sexuales, campaña que han hecho al ritmo de la antimúsica. Aquí les brindo un sencillo eslogan, pero a ser posible con otra música: “ante un posible calentón, lleva contigo un condón”. Y es que ahora, sin tanta represión religiosa y presión social, los chavales follan cuanto y cuando quieren, y hacen bien, pero lo hacen “a pelo” y eso ya no está tan bien, porque trae como consecuencia muchos embarazos no deseados. Uno se queda con cara de pasmo cuando se entera de que hay tanta adolescente preñada. Las conclusiones a sacar son sencillas: o son tontas, o están mal informadas o las dos cosas a la vez, porque lo que son medios e información sobra. Lo que puede que falte es formación.

Si alguna vez voy por la farmacia de Pili y me ve que dudo en el pedido, que me sonrojo y que al final le pido unos caramelos para la tos o unas tiritas, que no piense que lo que quiero son condones, lo que en realidad voy a buscar es viagra.







EL CONDÓN.

Colócate un condón, dulce amor mío,
Y enfúndate la picha toda entera.
Comprende que yo amarte así prefiera
Sin que ambos nos metamos en un lío.

Del coitus interruptus no me fío;
Acepta, por favor, que sea sincera,
Que una vez que está el gato en la gatera
Le cuesta controlar su desvarío.

Piensa que ya tenemos tres llorones,
En lo duro que está ganar la vida,
En el chancro, la sífilis, el sida...

¡Ay, por Dios, corazón, como me pones!
Noto que tu pirula está sudando;
De nuevo sin condón me estás follando.



Algo para leer….

11.- El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Que historias cuenta este pedazo de maricón.

12.- Moby Dick de Hermann Melville.- Llegarás a amar a la ballena y a odiar al capitán Ahad.

13.- Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain.- Una maravilla que engancha desde el primer momento. Las aventuras de Tom Sawyer, su obra más conocida es también apasionante.

14.- Hojas de hierba de Walt Whitman.- Son poemas que no se han de leer de una tacada sino de vez en cuando y sin avergonzarse de ir entresacando de entre tanta hierba.

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