miércoles, 30 de diciembre de 2009

LA PARCA RONDA A DIONISIO (“MAJARÍN”)



Episodio 1º: Fue en un volkswagen escarabajo, al que le tenias mucho aprecio, con el que diste varias vueltas de campana en el trecho que hay en la pequeña cuesta entre el Montico y la laguna de la puente, donde ahora está el colegio escolar. Rememorando el hecho me comentabas que morir “es cosa de un ratín” y que no es traumático porque tú no te habías enterado de nada.

Episodio 2º: Era ya pasada la media noche y departías charla con Pepe (“El Ovejero”) y alguno más frente al, por entonces, bar de Isidro (“Pardal”). Cómodamente sentados en el desnivel que hace de arcén y divide la carretera de la ahora calle de la Constitución. Divisasteis de reojo los faros de aquel coche que, como uno más, os enfocó desde el bar de Maxi (“El Rápido”). Unos segundos más tarde las ruedas chirriaron sobre el asfalto y cuando os quisisteis dar cuenta las luces se os echaron encima sin apenas daros tiempo a echar cuerpo a tierra mientras el coche pasaba volando sobre vuestras cabezas. Creo que la cosa no pasó de un buen susto, un brazo maltrecho y algunas magulladuras.

Episodio 3º: Aquella descarga eléctrica que hubiera matado a un caballo a ti te dejó sólo algunas secuelas de las que te fuiste recuperando lentamente.

Existen otros episodios, aunque estos son los más significativos, en los que la parca te rondó de cerca, porque tú, provocador nato ante todos y ante todo, no cejaste de echar un pulso a la muerte por la única razón de tener vértigo a la vida. Ahora te ha llegado sin que la provocaras y de forma placida, algo que para mí también quisiera. Supongo que a partir de hoy será para ti “el día de las alabanzas”, pero no esperes de mi ningún laudo porque de hacerlo creo que oiría tus sarcásticas risotadas. Además poca cosa ha de manifestar quien tantas veces, con razón o sin ella, remó contigo o a tu favor teniendo la marea en contra.

Podría decirlo de muchas maneras, pero no he encontrado otra mejor que las del cantor y poeta: “Cuando un amigo se va/ deja un espacio vacío/ que no lo puede llenar/ la presencia de otro amigo”. Espero que hayas encontrado el sosiego y la paz que, siempre me dio la impresión, nunca tuviste.

Reescribo en esta página el relato que un día te dediqué y que fue publicado por la desaparecida revista del pueblo “Así. Es Villadangos del Páramo” Creo que nunca lo leíste. Pero en una de nuestras muchas conversaciones me comentabas entre risas que la fantasía que yo le había puesto se acercaba mucho a la realidad. Va por ti.




DIONISIO Y EL LOBO.

Aún no había amanecido, aunque ya comenzaba a perfilarse el horizonte por el sol saliente. El cielo estaba despejado y hacía frío. Era la aurora de un mes de noviembre que presagiaba un día luminoso y fresco. Hacía ya un buen rato que Dionisio se había tirado de la cama, aseado someramente y desayunado con frugalidad. Su mente estaba programando las tareas del día mientras dirigía sus pasos hacia el tractor que tenía colocado en la cuesta y con el morro mirando a Valdecambillas.

Dionisio es un tipo observador al que le gusta perder un poco el tiempo en la contemplación de los fenómenos que la naturaleza nos brinda a diario y de forma gratuita, pero esta mañana otoñal apenas si echó un vistaza hacia el horizonte por donde sale el sol, que en ese momento comenzaba a teñirse de rosa: no vio como Venus, el lucero del alba, brillaba no muy alto, mientras la mayoría de las estrellas ya se habían apagado; tampoco se fijó, acostumbrado como estaba a verlo diariamente, en el escandaloso trajín que se traían las grajas, que habían hecho su colonia de cría y dormidero en la chopera cercana, en los silbos melodiosos de los tordos, en el canto del gallo…

Y es natural, llevaba la preocupación inmediata de si el viejo tractor arrancaría o lo dejaría tirado. Su desasosiego estaba justificado. Cualquiera que se arrimara a aquel amasijo de metal herrumbroso hubiera jurado que era imposible ponerlo en marcha, A primera vista solo desatacaban sus enormes ruedas, un prominente morro de chapa de color indefinido y un perforado asiento de hierro colocado detrás de un gran volante; de la cabina, si alguna vez la hubo, no quedaba resto alguno. Pero Dionisio es un manitas de la mecánica y la tecnología alemana de la máquina está planeada para los milagros. Así que sin pensarlo mucho se acomodó sobre el férreo y frió asiento dispuesto a hacer las maniobras que hicieran posible el prodigio, que no era otra cosa sino poner en funcionamiento aquella tonelada de chatarra.

Metió una marcha larga, pisó el embrague y quitó el freno de mano que anclaba la máquina al suelo. El viejo tractor comenzó a deslizarse por la pendiente muy lenta y silenciosamente, incluso se oía el roce con las piedras y la maleza que aplastaban sus ruedas; poco a poco, a medida que se deslizaba por la pendiente, fue aumentando la velocidad y cuando faltaban escasos metros para arrasar con los cierros de las huertas que hay en el fondo del valle, soltó el embrague y se produjo el fenómeno. La silenciosa y muerta chatarra con motor pegó un par de tirones y comenzó a emitir espantosos ruidos mientras una humareda, pardo negruzca y más tarde grisácea, salió expulsada por el achicharrado tubo d escape. Unas pisadas al acelerador y la bestia mecánica barritó cual furioso elefante. El pop, pop, pop de su motor ronco y cansino se hizo más regular y acompasado a los pocos minutos. Ahora solo faltaba colocar el arado en la parte trasera antes de dirigirse, por el camino del Montico, a una finca que ha de ralvar allí cerca de donde llaman Raposeras.

El viejo tractor y su conductor llegaron al lugar de la faena cuando ya el sol comenzaba a asomar como un enorme disco anaranjado y todo vestigio estelar había desaparecido del firmamento. La finca era grande, llana y tenía un buen tempero que haría fácil la arada. Hacia el centro crecía una gran mata de robles que iban a dificultar un poco el trabajo. Las fincas colindantes hacía ya tiempo que no se labraban y varias matas de robles salpicaban el terreno. Desde que los vecinos del pueblo habían dejado de hacer las tradicionales cortas anuales, para utilizar la madera como combustible, el monte se había hecho más denso y salvaje. Al tipo de roble que puebla estos montes y que mantiene las hojas secas marcescentes, es decir que permanecen en las ramas durante el invierno hasta que echa las nuevas en primavera, se le conoce como roble rebollo (Quercus Pyrenaica) y pertenece a la familia de las Quercaceas como las encinas o los alcornoques. Dionisio ha dado una vuelta alrededor de la gran mata pensando más en los problemas que le va a dar en el laboreo que en erudiciones botánicas y por entretenerse juega un poco entre sus manos con las bellotas y los falsos frutos que llamamos abullacos.

La antigualla de chatarra, a unos cuantos metros de distancia, sigue lanzando su cansino pop, pop, pop que es casi un profanación que quebranta el inquietante silencio del lugar y la calma del paisaje. Desechando los vanos temores que asaltan al ser humano al encontrarse en la soledad de la naturaleza comenzó Dionisio la faena. Pasó más de una hora, el sol se elevaba ya sobre el horizonte y la labranza iba a buen ritmo. Era el momento de aliviar la vejiga y echarse un cigarrillo con calma. Este rato de asueto lo aprovechó para desbrozar la finca de algunas grandes raíces que las rejas del arado habían arrancado y dejado al descubierto. Si todo iba bien en un par de horas habría terminado. Se acomodó de nuevo en el tractor dispuesto a rematar.

Los cinco o seis surcos que llevaba arados desde el descanso destacaban sobre el resto dándole a la tierra un color más oscuro, era la flor del tempero que le daba varias tonalidades a la tierra, como si de un cuadro abstracto se tratara. Iba a iniciar un nuevo surco. Ya le había dado la vuelta al tractor y colocado la reja del arado en el lugar exacto, echó un vistazo rutinario a la superficie arada, más que nada por complacerse en la estética que plasmaban la variedad de tonos ocres, cuando sus ojos se toparon con los de aquel animal que le miraban de hito en hito. De forma brusca e instintiva detuvo el tractor que ya había comenzado la arada del nuevo surco. Era casi increíble pero aquel animal, situado a pocos metros, era un lobo.

Era la primera vez en su vida que Dionisio veía a un lobo libre en la naturaleza y tan cerca. Lo podría haber confundido con un perro, pero desde el primer instante supo que era el fiero cánido y ancestral competidor del hombre. Por un momento quedó paralizado por el miedo. El cabello se le erizó ligeramente y toda la naturaleza a su alrededor quedó en suspenso, ni tan siquiera oía el pop, pop del viejo tractor. Pasados unos segundos en los que el tiempo no existió, se tranquilizó pensando que poco podía hacer la alimaña si estaba sola, no parecía muy fuerte y además los lobos suelen huir de los humanos. Por otra parte, subido allí, en lo más alto de su máquina, el lobo no osaría atacarle.

Decidió que lo más juicioso era seguir arando como si no pasara nada. Pisó con decisión el acelerador y la máquina avanzó echando una gran humareda. El lobo se asustó un poco, tal vez por el trueno repentino de la maquina, y se retiró unos metros con andar cansino al fondo de la finca, sin demasiada prisa y mirando a tractor y tractorista de cuando en cuando. Dionisio pensó que aquello sería suficiente para ahuyentar a la bestia, así que, sin tampoco perderla de vista, llegó al final del surco y dio la vuelta. Ahora la fiera quedaba a su espalda, a tiro de piedra, y ambos seguían sin perderse de vista. Comenzó a echar un nuevo surco y el lobo inició su andadura tras el tractor a su misma velocidad y a poca distancia. Dionisio no podía creerlo. Aquel maldito animal lo perseguía. De repente se sintió ofendido y se despertó en el un primario instinto de agresividad, mas defensiva que ofensiva. Detuvo de nuevo la máquina, se incorporó del asiento para parecer más alto y fuerte y gritó: “¡Eeeh, fuera, fuera, hijo puta!” El lobo quedó unos instantes totalmente quieto, sorprendido por una reacción que no esperaba, pero de pronto erizó todos los pelos de su piel, sus patas y todos sus músculos quedaron tensos, dejó entrever sus poderosos caninos y sus rasgados ojos parecieron más amenazadores y feroces. Y Dionisio… tuvo miedo. Un sudor frió recorrió su espalda mientras su mente actualizaba sus miedos infantiles y menos infantiles. Instintivamente y sin ademanes bruscos se sentó de nuevo en la banqueta de hierro y emprendió la marcha hacia el lugar que él creía más seguro, el pueblo. De vez en cuando volvía la cabeza para comprobar si la fiera le seguía, pero esta había depuesto su posición de agresiva defensa y trotaba olisqueando entre los terrones o se entretenía escarbando entre los surcos. Aquel año la finca del monte quedó a medio ralbar y sin sembrar y el lobo se quedó sin parte de la ración de ratones que salían huyendo de la reja del arado.


Algo para leer…

37.- “Los Motivos del lobo”, un precioso poema de Rubén Darío.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

jororrrr... (que diría Manjarín), ¡qué foto más cojonuda! Percha, ¿cómo es posible que se hubieran hecho dos exposiciónes de fotos antiguas, y esta foto no hubiera aparecido por ningún lado? lo tiene todo, nitidez, encuadre, conservación...etc. Anda, no seas egoísta y comparte con todos nosotros tus fotos. Trae todas las que tengas de Madrid, que allí no entienden de estas cosas de Villadangos. Saludos Jesusgg

Anónimo dijo...

COMO SIEMPRE SE DICE ,DESPUES DE LA BURRA MUERTA LA CEVADA AL RABO,LO QUE ESTA CLARO QUE DIONISIO NO PASO POR ESTA VIDA DESAPERCIVIDO.LA VIDA LA PASO A SU MANERA Y ESTA CLARO QUE SE VIVA,COMO SE VIVA.EL FINAL PARA TODOS ES LO MISMO.
DIONISIO DESCANSA EN PAZ.

Anónimo dijo...

LOS QUE CONOCIMOS Y TRATAMOS A DIONISIO LE VEMOS RETRATADO EN TU RELATO.
HOMBRE PECULIAR DONDE LOS HUBIERA Y DE RESPUESTA IMPREDECIBLE. UN GRAN FILÓSOFO INCOMPRENDIDO; PERO QUERIDO Y RESPETADO POR LOS QUE VALORAMOS Y DISFRUTAMOS DE LA DIVERSIDAD DE PENSAMIENTOS. DIONISIO SIEMPRE TENÍA UN NUEVO PUNTO DE VISTA, UNA PUERTA ABIERTA, UNA VÁLVULA DE ESCAPE, UNA SOLUCIÓN, UNA ESPERANZA ...
DESDE AQUÍ MI PEQUEÑO HOMENAJE .
HASTA SIEMPRE AMIGO.

Isaak dijo...

A ver cuando nos sorprendes con nuevas historias Jesús.
Saludos.