jueves, 7 de octubre de 2010

COMICS




Ahora los llaman “comics”, pero en mi infancia y adolescencia los conocíamos como “tebeos”. Los primeros que descubrí estaban expuestos en la cristalera de un pequeño kiosco que había en la sala de espera de la estación de León. De allí salían los trenes que tenía que tomar camino del internado y en las interminables esperas de aquellos convoyes, que siempre llegaban con retraso, mis ojos se posaban una y otra vez en los atractivos monigotes. Fueron un gran descubrimiento porque hasta entonces las únicas ilustraciones que había visto eran las de la “Enciclopedia Álvarez”, horribles y sin alma, que era algo así como el todo en uno de los escolares de mi generación.

Aquellos tebeos colgados en las vitrinas del kiosco despertaron mi curiosidad y estimularon mis ansias de lector. Mi exigua economía consistente en pequeñas propinas iba a parar, en su mayor parte, al aprovisionamiento de aquellos tebeos en cuyas páginas descubrí a “Pepe Gotera y Otilio”, “La Familia Cebolleta”, “Las hermanas Gilda”, “Rompetechos”, “Mortadelo y Filemón” etc.

Tener unos cuantos tebeos en propiedad me permitía intercambiarlos con los compañeros y de esta manera pude leer algunas aventuras de “Roberto Alcázar y Pedrín”, aunque no eran muy de mi agrado, “El Jabato”, “El Capitán Trueno”, “Tintín” y algunas del oeste o hazañas bélicas, estas últimas ambientadas siempre en la segunda guerra mundial y protagonizadas por los americanos, que eran los buenos, y los alemanes y japoneses en el papel de malos.

Esta afición por los comics no terminó en mi infancia y adolescencia, sino que persistió con lecturas como “La Codorniz”, leída casi en la clandestinidad porque cuando no la secuestraba el gobierno me la secuestraban en el internado. Cuando cerraron esa revista decana del humor me pasé a “Hermano lobo” y luego al “El Papus”, dos revistas que molestaban mucho a la “caverna” con sus irreverentes ilustraciones y sus artículos llenos de mala baba. En ellas colaboraban ilustradores y escritores de primera línea y sus páginas eran casi la única válvula de escape a la casposa dictadura.

En los años ochenta el comic tuvo un impulso espectacular y recuerdo que hubo editoriales catalanas, siempre son los catalanes los que se juegan la pasta en esto, entre ellas Toutain, que publicaron excelentes revistas a las que me hice adicto. Por entonces descubrí al ilustrador Carlos Jiménez y sus realistas y tremendas historias de los internados de la posguerra civil donde purgaron penas los hijos de los perdedores. Tremendas cárceles para menores regentadas por los capos más siniestros del régimen. Con posterioridad he disfrutado de lo lindo con las historietas malvadas del ya desaparecido “El Víbora” o con las más dulcificadas de “El Jueves”. Y no puedo dejar de mencionar a “Asterix y Obelix”, o las geniales tiras de “Mafalda” y otras ilustraciones de Quino cuyas aventuras releo de vez en cuando.

En la infancia mi atención estaba centrada en los monigotes y sus autores me pasaban casi inadvertidos, como si aquellos dibujos se hicieran solos, aunque mi vista se paseaba una y otra vez por la firma de un tal Vázquez o un tal Ibáñez que aparecían en muchas de aquellas viñetas. Con el tiempo he sabido que, en aquellos años, trabajaban en un régimen de galeras para un individuo llamado Bruguera que solo le faltaba ponerles un cómitre que les diera vergajazos mientras dibujaban y que no tuvo ningún reparo en quedarse con todos los derechos de sus creaciones.

Estos días está en cartel una película sobre el dibujante Vázquez, un creador genial cuyo mito se resiente un poco cuando de sus viñetas pasamos a la vida real y nos encontramos con lo que comúnmente conocemos como un vividor, sablista y caradura, cuyas víctimas dulcifican sus desmanes teniendo en cuenta que ya pasó a mejor vida y que sus sablazos también eran dados con genialidad. La película está protagonizada por Santiago Segura que según algunos entendidos borda el papel.

Lo que nunca pude imaginar leyendo las aventuras de “El Capitán Trueno” es que el personaje de Goliath lo iba a interpretar un día en el cine un villadanguense. Creo que la película ya se está rodando y a este macizo del comic lo va a representar Manolo Martínez. De haber sido el encargado de la elección de actores, eso que los pijoletos creo que llaman “casting”, también me hubiera inclinado por Manolo porque, aun siendo de facciones más dulcificadas que el personaje del comic, se ajusta muy bien a su perfil. Es de esperar que en esta peli nuestro paisano reparta mandangas a los malos malísimos a diestra y siniestra. Ese será su papel. Aunque no está demás mencionar que aunque Manolo tenga una constitución física que te inclina a cambiarte de acera a la mínima que sospechas que te mira con cara de mala hostia, debe de ser en realidad un tipo pacífico y que, a parte de lanzar piedras más largo que nadie, es un humanista al que le da por la pintura, la música, la poesía etc., y ahora por el cine. Lo hizo bien con “Estigmas” y con esta lo hará mejor. Iremos a verlo cuando se estrene.

Algo para leer…
Cualquier Mortadelo y Filemón” u otro comic de calidad (que los hay y muy buenos)

martes, 22 de junio de 2010

PAGAR IMPUESTOS

Probablemente fue un día de primavera de finales de los años cincuenta del pasado siglo cuando hice mi primera excursión. Fue a Benavides y en compañía de mi hermana Elvira, de Licinia y de su hijo Salvador a quien cariñosamente llamamos “Doro”. Íbamos a lomo de burra. Salvador y su madre en una burra grandota y cana. La nuestra era una borrica de menor tamaño y negrita. El viaje, agradable y para mi lleno de sorprendentes novedades, lo hicimos por el camino de Celadilla que entonces era apenas un camino de rodera de carro lleno baches. Algún tiempo después de esa excursión llegaron unos obreros a allanar y ensanchar aquel mal camino. Reatas de burros de sonoros nombres y al mando de dicharacheros andaluces acarrearon piedras en grandes serones de esparto y las colocaron sobre el lecho del camino para que a continuación unos picapedreros armados con pesadas porras de hierro despedazaran en incontables guijarros aquellos cantos. Por último se vertió el alquitrán que apisonó una máquina con su enorme y pesado cilindro. Quedó una carretera asfaltada que por entonces nos pareció una maravilla.
El arreglo de los caminos del pueblo se hacia siempre convocando a la “hacendera” entre los vecinos, pero le oí a mi padre que aquella carretera la hacía “el Estado”, entidad que para mi era una incógnita, pero que algo tenía que ver con las “contribuciones y otras pagamentas” a las que mi padre tenía que hacer frente de cuando en cuando. Tuvieron que pasar algunos años para que mis entendederas establecieran una relación entre “contribuciones o impuestos” y “servicios públicos”; es decir entre “Estado como ente recaudador y redistribuidor”. Y aún más para comprender y aceptar que sin los primeros son imposibles los segundos. Parece ser que había muchos más españoles de a pie que tampoco querían entender este sencillo planteamiento que podría sintetizarse con el dicho latino de “do ut des”, y aún los hay, así que hubo un ministro de Hacienda llamado Borrell que hizo saber aquello de que “Hacienda somos todos”, aunque algunos le pusieran de “chupa de dómine” y otros se cogieran un cabreo monumental como la folclórica Lola que le valió de poco ser la “Lola de España” y al final tubo que apoquinar.
Y cuento estas cosas porque este día pasé frente a la sede de un partido político cuya sede central en Madrid está en una calle cuyo nombre es el de una ciudad italiana donde decía Quevedo que era el oro de América enterrado y en cuya puerta me largaron un panfleto invitándome a firmar contra la subida del IVA. Naturalmente hice caso omiso de la invitación porque debo de ser uno de los pocos gilipollas españoles que cree necesario pagar impuestos, si bien podría discutir con enconada porfía sobre el destino que se les da. Una madre se quejaba en el foro de esta página de que su hijo pasaba frío en el cole porque una ventana estaba rota. ¿Quién coños va a arreglar la ventana si no se hace con dinero público? ¿Quién va a pagar a los/las barrenderos del pueblo, que algunos tanto se quejan de que no pegan ni golpe? ¿O a los funcionarios, o a los maestros, o a… o a…? ¿Quién va a hacer carreteras, hospitales, colegios? ¿Quién va a costear la asistencia sanitaria? ¿Sigo?
Admitamos que el llamado IVA es un impuesto indirecto y por tanto su subida es injusta puesto que no se trata de un impuesto progresivo. Para que se me entienda; usted, que supongamos es mileurista, coincide en la panadería con un tal señor Sanz, alto ejecutivo del Banco de Santander que tiene un salario de varios millones de EUROS al año y una jubilación de cerca de 90 millones de EUROS (que se sepa) y ambos compran una idéntica barra de pan y a ambos se les aplica el mismo impuesto…Huelgan comentarios. Pero el gobierno de turno, que dice que es socialista, ha tirado por el camino del medio, el más fácil, el que menos problemas le plantea, el que menos se nota.
Algo para leer...
42.- "Sátiras y aforismos" de Jonathan Swift.

lunes, 19 de abril de 2010

Historias Bíblicas


Conversaba no hace mucho sobre asuntos de fe y religion con una paisana de esta villa quien me confesaba, con cierta angustia, que su fe estaba basada en endebles costumbres y tradiciones imbuidas desde la infancia bien en el ámbito familiar, bien por las prédicas clericales a las que consideraba carentes de consistencia teológica. Admitía que por no leer no había leído ni la Biblia, fuente primigenia de la que bebe un cristiano y de la que emana su fe.

Hay que reconocer que en esto del conocimiento de la Biblia seguimos siendo los católicos españoles muy tradicionales y católicos, pero poco cristianos. Cualquier sectario protestante nos da en esta cuestión sopas con honda. No hace mucho y viajando en tren (léase Metro) me abordaron un par de mozalbetes muy bien maqueados y uniformados. No se si frecuentan los pueblos pero en la ciudad es muy habitual verlos. Son catequistas mormones Biblia en ristre. Suelen ir directos al grano con sus monsergas teológicas, pero como ya conozco sus trucos tomé la iniciativa en las preguntas. ¿Cuánto tiempo llevas en España? Seis meses. Su castellano era bastante decente. Necesitaría yo seis años para entenderme con el en inglés. ¿Te has echado novia? No, tengo novia en mi país. Vaya, se ve que el chico es fiel. ¿De donde eres? De Estados Unidos. Eso ya lo se, pero EE.UU. es muy grande. Soy de Utah ¿Sabes donde está? Si, tengo una idea aproximada. Estos usamericanos creen que somos tan ignorantes como ellos que se piensan que España está al sur de México. Ya han pasado cuatro estaciones y al tío le quedan dos para apearse. En un descuido me mete la cuña del rollo mormón. Le escucho educadamente y luego le pregunto si se cree todo esto “a pies juntillas”. Se queda como transpuesto. No entiende lo que significa la frase hecha. Saca una libretica del bolsillo de la camisa y allí, entre otros apuntes muy apretujados, copia la frase, me ruega que se la repita y de paso me pide que se la explique. Lo hago y, mientras, llegamos a la estación donde se tiene que apear. Se despide con educada cortesía mientras me entrega una tarjeta de visita instándome a seguir la conversación previa cita. Parece que vio inquietud mormona en mi ánimo.

Ser abordado por estos sectarios protestantes con su Biblia siempre a mano es algo muy normal. Son una plaga, pero hay que reconocer que conocen la Biblia del alfa a la omega, mientras que para los católicos españoles sigue siendo un libro desconocido. Hasta el advenimiento de la democracia, y estamos hablando de los años setenta del pasado siglo, la difusión del evangelio era monopolio de Roma y desde la contrarreforma del Concilio de Trento nunca se vio con buenos ojos que aquí predicara nadie que no fuera la clerigalla católica encaramada al púlpito. Uno de los primeros que intentó difundir la Biblia en España en lengua vernácula fue George Borrow. Este estrafalario inglés, hombre práctico y capaz de aprender un idioma en quinde días –sabía más de una docena de idiomas entre los que se pueden incluir el ruso, francés, español… incluso el caló– pasó por España a mediados del siglo XIX difundiendo La Biblia.

Resulta casi inexplicable que pudiera salvar el pellejo habiendo recorrido media España a uña de burro y caballo en aquellos turbulentos años de enconadas guerras civiles (Guerras Carlistas), con los caminos plagados de ladrones (incluidos los dueños de las infames posadas) y asesinos. Un día de primeros de julio de 1837 pasó por nuestra villa (si, por Villadangos) camino de Galicia. Era muy temprano, puede que sobre las siete de la mañana. Venía huyendo León capital donde el clero le quería linchar por vender la Biblia. Si lector, has leído correctamente. La Biblia en lengua vernácula estaba vetada al vulgo. Al clero nunca le pareció recomendable que la grey fuera conocedora de la fuente de su fe, lo ideal es que permaneciera en la superstición y la ignorancia. A supersticiosos e ignorantes siempre se les manipula mejor que a los que se hacen preguntas.

Borrow y su escudero se encontraron con mi tatarabuelo Jacinto Villadangos González y mi tatarabuela Ana Vicenta Vieira González que iban subidos en su borrico a segar en “El Senderico” y a quienes les preguntaron por una fuente para aliviar su sed, porque el sol ya picaba y las moscas estaban muy molestonas después de una horrible tormenta. Mis tatarabuelos les señalaron la “Fuente del Camino Francés”. A esta fuente se le podría sacar buen rendimiento turístico y si de mí dependiera pondría una lápida con esta inscripción: "At this fountain in early July 1837 the English Quixote, George Borrow, and his Sancho, Antonio the Greek, quenched their thirst. They were on their way to Galicia, their mission being to sell Bibles. Our great-grandfathers didn't throw stones at them because it was the wrong time of day and because they were busy harvesting the rye."

Algo para leer…

41.- “La Biblia en España” de George Borrow

lunes, 22 de marzo de 2010

UNA CASA LLENA DE PÁJAROS.


Por paradójico que pueda parecer y salvando las distancias, entre una testa coronada como la del príncipe Don Carlos, hijo de la Reina de Inglaterra, y un plebeyo como quien suscribe, existen algunas coincidencias. Entre ellas no está precisamente el mismo gusto en cuanto a féminas se refiere.

Parece ser que Don Carlos tiene muy, pero que muy, cabreados a algunos arquitectos de copete de “la Pérfida Albión”. Y es que el eterno aspirante a Rey no solo detesta cierto tipo de arquitectura megapretenciosa sino que lo dice, es más, se enfrenta abiertamente a este tipo de arquitectura. Y ahí le alabo el gusto.

Don Carlos tiene querencia por los cultivos sin abonos químicos ni pesticidas. Parece ser que es propietario de varias granjas donde se cultivan y envasan los productos de sus cosechas con las máximas garantías ecológicas. Mira por donde en esta manera de ver la agricultura también coincidimos.

No conforme con estas excentricidades, para eso es inglés y de la realeza, ahora se ha empeñado en construir una pequeña ciudad (Sherford, al suroeste de Inglaterra) cuyas casas sean verdaderos hogares para sus habitantes y no inmundas cajoneras impersonales como muchas de las que ahora habitamos. Estas casas no sólo han de estar habilitadas para que en ellas vivan las personas con comodidad, también han de estar acondicionadas con los agujeros y recovecos necesarios para que aniden los pájaros con facilidad y sin que nadie los moleste. (Esto es lo que opina, y lo cito con palabras textuales, el Príncipe de Gales: “Las golondrinas y los vencejos no pueden anidar en muros metálicos. No pueden hacerlo a menos que haya aleros. Creo que está mal, es inmoral no tener en cuenta otros animales que comparten el planeta con nosotros. Si las golondrinas y vencejos dejan de venir a anidar en los edificios la vida no tiene sentido, así de claro…son cosas que hay que tener en cuenta. Éste es un motivo por el que lucho tanto…a pesar de los insultos que recibo cada vez que abro la boca”

Sobre esta última idea, me refiero a la casa habitable para personas y pájaros, no es precisamente que coincida con él es que es el quien coincide conmigo. Y lo digo porque, sin ánimo de querer ponerme por encima de todo un Príncipe de Gales, ya hace años que me preocupa el hecho de que los pájaros de nuestros pueblos y ciudades les queden cada vez menos agujeros para anidar en nuestras casas. De hecho parece ser que en muchas ciudades de Europa los gorriones han desaparecido.

Hace unos años adquirí en Gavilanes de Órbigo, pueblo cercano a nuestra villa, una vieja vivienda. Digo vivienda por llamarla de alguna forma porque la casa es una ruina que tendrá cerca de doscientos años. Ya se pueden imaginar su hechura. Unas paredes de tierra de tapia de una anchura de medio metro, vigas de madera taladradas por la carcoma, una cubierta de teja árabe con abundantes goteras etc. Mis vecinos me decían, y puede que no les faltara razón, a ver si no había perdido la cabeza con la compra de semejante tapial ¡y a ese precio! Sin embargo, y aparte de otras utilidades que la ruinosa casa me pueda proporcionar, estoy satisfecho viendo a los gorriones (Passer domesticus) y algunas parejas de chillones vencejos (Apus apus) anidar en el alero del tejado. Por el ventano del pajar, que abrí después de estar cerrado durante años a cal y canto, entran ahora a anidar una pareja de las que por aquí conocemos como carboneras, aunque en realidad se trate del Colirrojo Tizón (Phoenicurus ochruros) y varias parejas de golondrinas ( Hirundo rustica), en cuando llega la primavera.

Sin querer emular al heredero de la corona inglesa, proyecto ahora remodelar la vieja casa de labranza respetando la arquitectura tradicional de estos pueblos en lo que se refiere a su estructura externa (el interior es en este caso casi imposible y arquitectónicamente carente de sentido). Dentro de esta rehabilitación tendría que estar presente dejar los espacios adecuados en su fachada para que en ella pudieran vivir y anidar aviones, vencejos, gorriones, vaquerinas, murciélagos etc. A ver si esto lo lee algún arquitecto que desee aportarnos algo de su ingenio (Si no tiene título de arquitectura pero si buenas ideas también serviría). Ya, ya se que una casa con tanto pájaro va ser un estercolero, pero esto es algo que carece de importancia para quien pisó mucha boñiga de vaca (por aquí “muñica”) y le arreó patadas a diestro y siniestro a la bosta de caballo y burro (por aquí “cagajones”). Además la mierda es biodegradable y se quita con agua. Y que quieren que les diga, me hace ilusión pensar que los vencejos y golondrinas que crían bajo mi techo sobrevuelan durante el año lugares que nunca visitaré, como las sabanas de África, y que cada primavera vuelven para alegrarme con su presencia y sus trinos. Bienvenidos los que este año ya han hecho acto de presencia.
Al para leer...
40.- Mi Familia y otros animales de Gerald Durrell

viernes, 5 de marzo de 2010

MIGUEL HERNANDEZ IN MEMORIAN



Hace unos años visité Orihuela. Las excursiones turísticas no suelen dejar una huella profunda en mi endeble memoria, aunque esto tiene la ventaja de que si se reiteran las visitas a lugares ya vistos siempre hay lugar para la sorpresa. De Orihuela recuerdo su hermoso palmeral, un río (creo que es el Segura) con el que no me explico como podían convivir sus habitantes porque era un puro miasma y la casa museo de Miguel Hernández.
Era una tarde bochornosa en pleno estío cuando visité la casa de Miguel Hernández. Dentro hacía fresquito y los visitantes éramos un reducido grupo de cuatro. Dos chavales, creo que estudiantes y para ganar un dinerillo extra en el verano, controlaban la entrada sentados frente a una mesa. En honor a la verdad allí no había mucho que ver. Una casa rural de planta baja y de hechura pobre. Solo quien vibre con los poemas de Miguel Hernández puede sacarle a aquello algo de sustancia.
Al fondo de la casa tiene un patio o corral y allí una higuera; la higuera que Miguel cita en la elegía dedicada a su amigo Ramón Sijé: “Volverás a mi huerto y a mi higuera/ por los altos andamios de las flores/ pajareará tu alma colmenera/ de angelicales ceras y labores” a la orilla de aquella higuera brotaron en mi mente los versos de Miguel, su Elegía, sus Nanas de la Cebolla, sus Vientos del Pueblo. Y también las canciones de Serrat, un gran poeta que canta a otro gran poeta. Cuanto le debemos al cantor catalán los que nos emocionamos con los versos de Miguel.
Uno de los más celebres poemas de Miguel es “El Niño Yuntero” y cada vez que lo recuerdo, lo leo o lo escucho me rememora la foto de José (“Chispa”) posando con su yunta de vacas frente a la casa del difunto tío Luciano (“Pajarón”). José, somos de las últimas generaciones de niños yunteros.
No parecía que las autoridades municipales oriolanas de por entonces pusieran demasiado entusiasmo en el mantenimiento y mejora de la casa museo. Miguel Hernández es un perdedor, un proscrito, un condenado a muerte conmutada luego con cadena perpetua. Se le condena a muerte por escribir y publicar sus versos, por ser “el poeta del pueblo” (eso parece que dice la sentencia). Le condenaron los que gritaban “muera la inteligencia”; porque a pesar de su corta inteligencia tenían el poder y las armas frente a quien sólo tenía el verso como arma. Mataron al hombre pero no a su poesía.
A Miguel no lo mataron en una cuneta como a Lorca, lo mataron de hambre, de piojos, de desatención y de ausencia. Este año, centenario de su nacimiento, se le harán múltiples homenajes. En ellos estarán los que le quieren y los que le odian, estos últimos para hacer el paripé. Algunos hubieran querido borrar su memoria y sus versos pero la poesía “es un arma cargada de futuro”.
Algo para leer…

39.- Cualquiera de los poemas citados de Miguel Hernandez

jueves, 21 de enero de 2010

DE MÚSICA Y MÚSICOS

Una de las formas que tenemos los humanos para transmitir nuestras emociones es cantando y acompañando este canto con instrumentos musicales. Esto ha sido así desde tiempo inmemorial. Sin embargo el castellano, y más aún el paramés, es parco en emociones, su ámbito geográfico es muy hostil y siempre le ha quedado poco tiempo para todo lo que no sea ganarse el sustento diario. La gente me mi generación saben que no había en el pueblo mucho tiempo para cantos salvo en bautizos, bodas y alguna fiesta señalada.

Puede que mi memoria no sea buena, pero no recuerdo de mis años infantiles a nadie del pueblo que supiera tocar un instrumento musical, salvo que la carraca se considere como tal. Ahora los chavales desde el primer día de guardería salen soplando una flauta, les enseñan canciones y les familiarizan con varios instrumentos musicales. Mi generación lo único que cantaba en la escuela era la tabla de multiplicar y el “Cara al Sol”.

El día de la fiesta se contrataba a una orquesta, que por entonces se llamaba “conjunto”, compuesta por cuatro o cinco músicos que tocaban instrumentos de viento o percusión. Por contrato estaban obligados a ir a misa mayor. Se colocaban en el coro de la iglesia con sus instrumentos y en el momento litúrgico de la consagración, después de que Don José (“Colasín”) se inclinara hacia la hostia y pronunciara muy bajito (a lo mejor es que así la “transustanciación” tenía más efecto): “Hoc est enin corpus meum” y en el instante que elevaba muy despacio la sagrada forma, estallaba en el coro una tormenta de decibelios reproduciendo las notas de la Marcha Real o lo que es lo mismo el himno nacional. Momento mágico aquel que era fusión y síntesis de patria y fe. Los músicos tocaban también en la procesión y en el baile vermú. Los chavales nos quedábamos como traspuestos viéndolos interpretar con sus trompetas y saxofones en aquel precario templete. Dominar aquellos instrumentos era cosa de magia a la que nos era impensable acceder.

Tuvieron que pasar varios años para que alguien del pueblo dominara un instrumento musical. Los que tuvimos la suerte de ser bachilleres en colegios de curas comenzamos a familiarizarnos con mandolinas, laúdes, guitarras, pianos y armoniums. Los pioneros fueron los miembros de la familia Delgado, los hijos de Pepe (“El Farretero”), especialmente dotados para la música. Manolo (“Lilo”) tiene talento y hubiera sido un gran intérprete de haberse centrado en ello. Su hermano Félix es más bien un fullero de la guitarra. Con cuatro acordes por aquí y cuatro por allá es capaz de empalmar una canción con otra sin darse importancia alguna. Hemos pasado buenos momentos desafinando con el “Sorbito de champán” y otras por el estilo. Margarita (“Marita”) y su consorte Juanjo (“El Loro”) yo diría que en esto de la música son como algunos toreros: “voluntariosos”, más ella que él, porque Juanjo es un liante hasta con la guitarra. Como de casta le viene al galgo son ahora sus hijos Víctor Froilán y Álvaro los que han tomado el testigo y ya tocan con primor el piano.

A Ángel Badeso le ha dado por un instrumento casi olvidado: El Rabel. Lo debe de hacer muy bien, aunque he tenido pocas oportunidades de escucharlo. Tengo algo de idea de cómo suena este instrumento después de haber escuchado al grupo CANDEAL y sus divertidas “Rabeladas a lo ligero y a lo pesao”

Aunque el más grande y exitoso interprete musical de nuestra villa ha sido José Froilán, el hijo de Marucha y Fidel (“Fidelón”). Empezó tonteando con una guitarra, sacando sonidos ofensivos al oído de unas cuerdas mal afinadas y terminó teniendo una orquesta de las de quitarse el sombrero. Tanto Félix como Juanjo se disputan el honor de haberle enseñado los primeros acordes. Si es cierto o no ahí está él para desmentirlo o confirmarlo. No deja de ser un merito el llegar donde llegó habiendo tenido tales maestros iniciaticos. Ciertamente no tenia sobre el escenario ciertos cánones estéticos porque es un tipo alto, desgarbado y de movimientos algo desmadejados, pero cuando las cosas se hacen bien las barreras estéticas dejan de tener la importancia que les damos a primera vista. El caso es que triunfó con su orquesta y recorrió media España haciendo bolos y pegando saltos sobre el escenario haciendo de ello un arte y un negocio. Nunca hablé con él sobre el tema, así que no sé si disfrutó haciendo su música e incluso si alguna vez llegó a tener el “síndrome del gladiador”. Sospecho que aquel tiempo fue para él de los que dejan huella indeleble. Sus hijas Clara y Sofía están ya iniciadas en el mundo de la música y creo que bien asesoradas por su madre Gloria que también participó como vocalista y coreógrafa en aquellos gloriosos años de, creo que se llamaba, “La Orquesta Tropicana”.

En su día intenté sacarle el sonido a las teclas de un piano, pero me faltó aquello que con tanto acierto recomienda el poeta hispano árabe Ibn Hazm y al que cito de memoria: “Se perseverante, porque el agua orada la roca a fuerza de caer sobre ella. Continúa y no cejes, porque la llovizna es suave y sin embargo cala…”. Ahora andan por casa al menos media docena de instrumentos musicales con las notas dormidas y que esperan, como el arpa de Béquer, “la mano de nieve que sepa arrancarlas”. Me temo que esta es otra de las asignaturas que no aprobaré y en esto me llevan mucha ventaja todos los que he mencionado porque considero que lo más importante de tocar un instrumento no es ser un virtuoso del mismo ni llegar a ser famoso, aunque si sucede esto tanto mejor, sino disfrutar de la música, hacer disfrutar a los demás y, lo dicho, poder trasmitir los sentimientos a través de la música y el canto.

Algo para leer…

38.- “El Collar de la paloma” de Ibn Hazm

miércoles, 30 de diciembre de 2009

LA PARCA RONDA A DIONISIO (“MAJARÍN”)



Episodio 1º: Fue en un volkswagen escarabajo, al que le tenias mucho aprecio, con el que diste varias vueltas de campana en el trecho que hay en la pequeña cuesta entre el Montico y la laguna de la puente, donde ahora está el colegio escolar. Rememorando el hecho me comentabas que morir “es cosa de un ratín” y que no es traumático porque tú no te habías enterado de nada.

Episodio 2º: Era ya pasada la media noche y departías charla con Pepe (“El Ovejero”) y alguno más frente al, por entonces, bar de Isidro (“Pardal”). Cómodamente sentados en el desnivel que hace de arcén y divide la carretera de la ahora calle de la Constitución. Divisasteis de reojo los faros de aquel coche que, como uno más, os enfocó desde el bar de Maxi (“El Rápido”). Unos segundos más tarde las ruedas chirriaron sobre el asfalto y cuando os quisisteis dar cuenta las luces se os echaron encima sin apenas daros tiempo a echar cuerpo a tierra mientras el coche pasaba volando sobre vuestras cabezas. Creo que la cosa no pasó de un buen susto, un brazo maltrecho y algunas magulladuras.

Episodio 3º: Aquella descarga eléctrica que hubiera matado a un caballo a ti te dejó sólo algunas secuelas de las que te fuiste recuperando lentamente.

Existen otros episodios, aunque estos son los más significativos, en los que la parca te rondó de cerca, porque tú, provocador nato ante todos y ante todo, no cejaste de echar un pulso a la muerte por la única razón de tener vértigo a la vida. Ahora te ha llegado sin que la provocaras y de forma placida, algo que para mí también quisiera. Supongo que a partir de hoy será para ti “el día de las alabanzas”, pero no esperes de mi ningún laudo porque de hacerlo creo que oiría tus sarcásticas risotadas. Además poca cosa ha de manifestar quien tantas veces, con razón o sin ella, remó contigo o a tu favor teniendo la marea en contra.

Podría decirlo de muchas maneras, pero no he encontrado otra mejor que las del cantor y poeta: “Cuando un amigo se va/ deja un espacio vacío/ que no lo puede llenar/ la presencia de otro amigo”. Espero que hayas encontrado el sosiego y la paz que, siempre me dio la impresión, nunca tuviste.

Reescribo en esta página el relato que un día te dediqué y que fue publicado por la desaparecida revista del pueblo “Así. Es Villadangos del Páramo” Creo que nunca lo leíste. Pero en una de nuestras muchas conversaciones me comentabas entre risas que la fantasía que yo le había puesto se acercaba mucho a la realidad. Va por ti.




DIONISIO Y EL LOBO.

Aún no había amanecido, aunque ya comenzaba a perfilarse el horizonte por el sol saliente. El cielo estaba despejado y hacía frío. Era la aurora de un mes de noviembre que presagiaba un día luminoso y fresco. Hacía ya un buen rato que Dionisio se había tirado de la cama, aseado someramente y desayunado con frugalidad. Su mente estaba programando las tareas del día mientras dirigía sus pasos hacia el tractor que tenía colocado en la cuesta y con el morro mirando a Valdecambillas.

Dionisio es un tipo observador al que le gusta perder un poco el tiempo en la contemplación de los fenómenos que la naturaleza nos brinda a diario y de forma gratuita, pero esta mañana otoñal apenas si echó un vistaza hacia el horizonte por donde sale el sol, que en ese momento comenzaba a teñirse de rosa: no vio como Venus, el lucero del alba, brillaba no muy alto, mientras la mayoría de las estrellas ya se habían apagado; tampoco se fijó, acostumbrado como estaba a verlo diariamente, en el escandaloso trajín que se traían las grajas, que habían hecho su colonia de cría y dormidero en la chopera cercana, en los silbos melodiosos de los tordos, en el canto del gallo…

Y es natural, llevaba la preocupación inmediata de si el viejo tractor arrancaría o lo dejaría tirado. Su desasosiego estaba justificado. Cualquiera que se arrimara a aquel amasijo de metal herrumbroso hubiera jurado que era imposible ponerlo en marcha, A primera vista solo desatacaban sus enormes ruedas, un prominente morro de chapa de color indefinido y un perforado asiento de hierro colocado detrás de un gran volante; de la cabina, si alguna vez la hubo, no quedaba resto alguno. Pero Dionisio es un manitas de la mecánica y la tecnología alemana de la máquina está planeada para los milagros. Así que sin pensarlo mucho se acomodó sobre el férreo y frió asiento dispuesto a hacer las maniobras que hicieran posible el prodigio, que no era otra cosa sino poner en funcionamiento aquella tonelada de chatarra.

Metió una marcha larga, pisó el embrague y quitó el freno de mano que anclaba la máquina al suelo. El viejo tractor comenzó a deslizarse por la pendiente muy lenta y silenciosamente, incluso se oía el roce con las piedras y la maleza que aplastaban sus ruedas; poco a poco, a medida que se deslizaba por la pendiente, fue aumentando la velocidad y cuando faltaban escasos metros para arrasar con los cierros de las huertas que hay en el fondo del valle, soltó el embrague y se produjo el fenómeno. La silenciosa y muerta chatarra con motor pegó un par de tirones y comenzó a emitir espantosos ruidos mientras una humareda, pardo negruzca y más tarde grisácea, salió expulsada por el achicharrado tubo d escape. Unas pisadas al acelerador y la bestia mecánica barritó cual furioso elefante. El pop, pop, pop de su motor ronco y cansino se hizo más regular y acompasado a los pocos minutos. Ahora solo faltaba colocar el arado en la parte trasera antes de dirigirse, por el camino del Montico, a una finca que ha de ralvar allí cerca de donde llaman Raposeras.

El viejo tractor y su conductor llegaron al lugar de la faena cuando ya el sol comenzaba a asomar como un enorme disco anaranjado y todo vestigio estelar había desaparecido del firmamento. La finca era grande, llana y tenía un buen tempero que haría fácil la arada. Hacia el centro crecía una gran mata de robles que iban a dificultar un poco el trabajo. Las fincas colindantes hacía ya tiempo que no se labraban y varias matas de robles salpicaban el terreno. Desde que los vecinos del pueblo habían dejado de hacer las tradicionales cortas anuales, para utilizar la madera como combustible, el monte se había hecho más denso y salvaje. Al tipo de roble que puebla estos montes y que mantiene las hojas secas marcescentes, es decir que permanecen en las ramas durante el invierno hasta que echa las nuevas en primavera, se le conoce como roble rebollo (Quercus Pyrenaica) y pertenece a la familia de las Quercaceas como las encinas o los alcornoques. Dionisio ha dado una vuelta alrededor de la gran mata pensando más en los problemas que le va a dar en el laboreo que en erudiciones botánicas y por entretenerse juega un poco entre sus manos con las bellotas y los falsos frutos que llamamos abullacos.

La antigualla de chatarra, a unos cuantos metros de distancia, sigue lanzando su cansino pop, pop, pop que es casi un profanación que quebranta el inquietante silencio del lugar y la calma del paisaje. Desechando los vanos temores que asaltan al ser humano al encontrarse en la soledad de la naturaleza comenzó Dionisio la faena. Pasó más de una hora, el sol se elevaba ya sobre el horizonte y la labranza iba a buen ritmo. Era el momento de aliviar la vejiga y echarse un cigarrillo con calma. Este rato de asueto lo aprovechó para desbrozar la finca de algunas grandes raíces que las rejas del arado habían arrancado y dejado al descubierto. Si todo iba bien en un par de horas habría terminado. Se acomodó de nuevo en el tractor dispuesto a rematar.

Los cinco o seis surcos que llevaba arados desde el descanso destacaban sobre el resto dándole a la tierra un color más oscuro, era la flor del tempero que le daba varias tonalidades a la tierra, como si de un cuadro abstracto se tratara. Iba a iniciar un nuevo surco. Ya le había dado la vuelta al tractor y colocado la reja del arado en el lugar exacto, echó un vistazo rutinario a la superficie arada, más que nada por complacerse en la estética que plasmaban la variedad de tonos ocres, cuando sus ojos se toparon con los de aquel animal que le miraban de hito en hito. De forma brusca e instintiva detuvo el tractor que ya había comenzado la arada del nuevo surco. Era casi increíble pero aquel animal, situado a pocos metros, era un lobo.

Era la primera vez en su vida que Dionisio veía a un lobo libre en la naturaleza y tan cerca. Lo podría haber confundido con un perro, pero desde el primer instante supo que era el fiero cánido y ancestral competidor del hombre. Por un momento quedó paralizado por el miedo. El cabello se le erizó ligeramente y toda la naturaleza a su alrededor quedó en suspenso, ni tan siquiera oía el pop, pop del viejo tractor. Pasados unos segundos en los que el tiempo no existió, se tranquilizó pensando que poco podía hacer la alimaña si estaba sola, no parecía muy fuerte y además los lobos suelen huir de los humanos. Por otra parte, subido allí, en lo más alto de su máquina, el lobo no osaría atacarle.

Decidió que lo más juicioso era seguir arando como si no pasara nada. Pisó con decisión el acelerador y la máquina avanzó echando una gran humareda. El lobo se asustó un poco, tal vez por el trueno repentino de la maquina, y se retiró unos metros con andar cansino al fondo de la finca, sin demasiada prisa y mirando a tractor y tractorista de cuando en cuando. Dionisio pensó que aquello sería suficiente para ahuyentar a la bestia, así que, sin tampoco perderla de vista, llegó al final del surco y dio la vuelta. Ahora la fiera quedaba a su espalda, a tiro de piedra, y ambos seguían sin perderse de vista. Comenzó a echar un nuevo surco y el lobo inició su andadura tras el tractor a su misma velocidad y a poca distancia. Dionisio no podía creerlo. Aquel maldito animal lo perseguía. De repente se sintió ofendido y se despertó en el un primario instinto de agresividad, mas defensiva que ofensiva. Detuvo de nuevo la máquina, se incorporó del asiento para parecer más alto y fuerte y gritó: “¡Eeeh, fuera, fuera, hijo puta!” El lobo quedó unos instantes totalmente quieto, sorprendido por una reacción que no esperaba, pero de pronto erizó todos los pelos de su piel, sus patas y todos sus músculos quedaron tensos, dejó entrever sus poderosos caninos y sus rasgados ojos parecieron más amenazadores y feroces. Y Dionisio… tuvo miedo. Un sudor frió recorrió su espalda mientras su mente actualizaba sus miedos infantiles y menos infantiles. Instintivamente y sin ademanes bruscos se sentó de nuevo en la banqueta de hierro y emprendió la marcha hacia el lugar que él creía más seguro, el pueblo. De vez en cuando volvía la cabeza para comprobar si la fiera le seguía, pero esta había depuesto su posición de agresiva defensa y trotaba olisqueando entre los terrones o se entretenía escarbando entre los surcos. Aquel año la finca del monte quedó a medio ralbar y sin sembrar y el lobo se quedó sin parte de la ración de ratones que salían huyendo de la reja del arado.


Algo para leer…

37.- “Los Motivos del lobo”, un precioso poema de Rubén Darío.