jueves, 5 de marzo de 2009

LA ESTACIÓN

Con la edificación del instituto y varias viviendas parece como que el barrio de la estación se hubiera acercado al pueblo. En otro tiempo la estación estaba lejísimos. Si había que tomar el tren para ir a León suponía su buena media hora larga de caminata hasta llegar allí. Franquear la laguna de la puente era un considerable obstáculo del que no te librabas de embarrarte hasta los tobillos. A continuación estaba la pedregosa cuesta y un camino de tierra entre tierras centenales. Siempre me pareció heroico el sacrificio que suponía para Rufino "Fino", el hijo de Godo, y los demás chavales que vivían en este barrio, el acudir todos los días a la escuela, sobre todo en los fríos días de invierno. Lo primero que se divisaba era el taller de Pepe "El Carrero" y ya entrando en la población, casi siempre desierta, y a la derecha el vallado de traviesas de madera terminadas en forma de pirámide con ese olor característico de los productos con que las impregnaban para evitar la corrosión y los xilófagos. Al final de la valla y a su izquierda estaba la cantina de Chelo, un pequeño habitáculo donde los ferroviarios se tomaban su refrigerio y los ocasionales viajeros esperaban la llegada del tren. Los trenes regionales no se retrasaban mucho pero los de largo recorrido, cual era el de Barcelona-Coruña podía tener un retraso de horas. Los viajeros entraban en el habitáculo donde Rey era el rey para preguntarle "¿Qué, cuanto retraso tenemos?". De vez en cuando pasaba un mercancías que estacionaba cansino en la vía de espera para que pasara otro más rápido y allí salía Rey con su gorra, su bandera roja y su silbato demostrando toda su autoridad y diciéndole al maquinista cuando tenía que poner en marcha aquella interminable fila de vagones de madera. Ir al barrio de la estación siempre fue para mí un viaje cargado de ilusión porque los trenes siempre me han fascinado. Es difícil expresar lo que se siente viendo acercarse a lo lejos a esa inmensa locomotora seguida de vagones, el trasiego de los viajeros subiendo y bajando, el jefe de estación ejerciendo de tal, el pitido de partida hacia el infinito de la interminable vía. Hay un revuelo de nostalgia por cada tren que se ve partir, aunque sea un mercancías. Esa magia de sensaciones solo la puede producir, al menos en mí, un lugar en esta villa: su estación.