sábado, 15 de noviembre de 2008

CICERONES.




Ahora el camino de Santiago es una ruta para viandantes frecuentada en cualquier época del año. Avanzada la mitad del pasado siglo lo transitaban pocos y únicamente en verano. Nuestra villa era solo un lugar de paso, pero mira por donde a un matrimonio alemán se les antojó visitar la iglesia y allí estaba mi padre haciendo de cicerone. No tengo ni la más remota idea de lo que les contó, porque mi padre sabía de arte lo mismo que yo de astrofísica, pero los germanos debieron de quedar contentos porque me atizaron cinco duros de propina (de los de entonces) que fue de los primeros dineros que gané por hacer nada.

A lo largo de mi vida he visitado esos lugares donde un guía o cicerone entra en los detalles de su lugar de custodia y, la verdad, me he encontrado de todo. Cuando viví en San Millán de la Cogolla (Logroño) visitaba con mis compañeros al guardia que custodiaba el monasterio de Suso. Todo un personaje llamado Tarsicio Lejarraga. Escuchaba medio pasmado el entusiasmo con que aquel hombre transmitía la historia y vida de aquellas cuatro piedras y era una delicia oírle recitar los poemas de Gonzalo de Berceo. Hablaba con el entusiasmo del que está identificado con el lugar milenario que guardaba y enseñaba. Para tratarse de un campesino autodidacto era un fuera de serie. Cierto que citaba mucho a Fray Justo Pérez de Urbel, un defensor convencido de los crímenes de la cruzada fascistoide y prolífico autor de libros de historia con mucho amanuense negro de por medio. Quien quiera comprobarlo que se lea las memorias de “Cándido” (Carlos Luís Álvarez), periodista que le escribió el libro titulado Los Mártires de la Iglesia donde no solo plagió sin rubor a Tomás Borrás, autor de Checas de Madrid, sino que se inventó mártires y martirios. Pasó el “nihil obstat” como si nada y por ahí andan esos santos imaginarios en los altares con la firma de Fray Justo. Claro que por entonces ni Tarsicio ni yo conocíamos estos insignificantes detalles.

No hace mucho visité con el autor de esta página el monasterio de Santa María de Sandoval (Villaverde de Sandoval)). Cerca de Mansilla. Era en verano, casi medio día y aquello estaba desierto. Preguntamos a una indolente moza si podíamos visitarlo. Casi sin comentario comenzó a llamar a voz en grito “Abuela, abuelaaa…” Y por allí apareció una señora mayor apoyada en una cachaba, pequeña pero tiesa y con mucho brío. Era la Sra. Munda. Noventa primaveras a sus espaldas y otras tantas a la orilla de aquel monasterio que conocía mejor que cualquier conservacionista de nuestro patrimonio artístico y quería como si fuera su hijo. Noventa años y trasmitía el mismo entusiasmo que si lo estuviera enseñando a los primeros curiosos turistas. Una delicia de anciana cicerone.

La cruz de los cicerones me la encontré en el Monasterio de Moreruela (Zamora) Cuando llegué una tarde solo había unas vacas pastando en un prado vecino y un guardián manco y malencarado a quien le costó contestar al saludo de las buenas tardes. A aquel tipo le daba igual custodiar aquellas piedras centenarias, otrora llenas de vida y vidas, que un montón de morrillos.

En nuestra villa también tenemos cicerone para enseñar la iglesia. Es Benito (“Potencias”). Creo que hasta lo hace gratis. Y ya es raro, porque ahora si quieres visitar cualquier iglesia te tienes que rascar el bolsillo. Sin ir más lejos este verano en un paseo matutino por Astorga quise visitar la catedral. Estaba cerrada a cal y canto. Parece ser que solo está abierta en las horas de culto y a esas horas hay que andar de puntillas. A lo más interesante, su coro, está prohibido el paso. Será que no quieren que la gente curiosee en las misericordias hasta dar con esa donde hay una pareja (el y ella) en plan 69. No sé como se defenderá Benito con su charla sobre la iglesia de nuestra villa, pues ya es difícil sacarle el jugo a algo que lo único que tiene de interesante es el atrio, los bajorrelieves de una inexistente batalla en la puerta que la franquea y un retablo churri pero que muy churrigueresco con el Matamoros en el centro cortando cabezas a troche y moche. Con idea de incrementar las visitas, y ya que no tenemos coro con misericordias, a lo mejor no vendría mal colocar una pareja esculpida en pleno acto fornicatorio el altar de la Purísima, por ejemplo. Teniendo en cuenta que en el altar mayor está Santiago segando cabezas las dos estampas no desentonarían si se considera que Eros y tánatos son dos obsesiones vitales que se complementan.



Algunos libros para leer….

7.- Ulises de James Joyce.- Es una putada recomendar este libro nada fácil de leer, pero hay que leerlo. Menos complicada es Dublineses.

8.- Los Viajes de Gulliver de Jonathan Swift.- Siempre de actualidad. Una delicia para niños y adultos.

9.- El Corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Asfixiante.

10.- Cumbres borrascosas de Emily Borontë. Autora de una sola novela, creo, pero un novelón.